Según
documentos escritos por Winston Churchill, él creía en los extraterrestres. Que
a punto de estallar la II Guerra Mundial y poco antes de convertirse en primer
ministro británico, a él le preocupaban los extraterrestres.
Que ganó una guerra mundial y
perdió unas elecciones el mismo año. Que era un buen orador y algunas de sus
frases más célebres aún circulan por redes sociales sin perder vigencia. Que
era un gran estratega. Que bebía una botella de coñac armenio a diario y a él
atribuía su longevidad. Que el tan trillado «OMG!» lo usó primero él. Que antes
de morir dijo: «¡Es todo tan aburrido!».
De todo lo que se sabe de WinstonChurchill (1874-1965), su faceta menos conocida y nada desdeñable apenas
comienza a tener eco medio siglo después de su muerte. Que creía en los
extraterrestres. Que a punto de estallar la II Guerra Mundial y poco antes de
convertirse en primer ministro británico, a él le preocupaban los
extraterrestres. Que escribió sobre las estrellas. Que le apasionaba el futuro.
A los 20 años, estando destinado
en la India con el ejército británico, leyó el Origen de las especies, su
puerta al conocimiento científico. Darwin despertó en él un interés por la
ciencia que le acompañó con el paso de los años. Churchill no sólo leía sobre
ciencia, no sólo se reunía con científicos, no sólo fue el primer dirigente de
un país que contó con un consejero científico: Churhill, además, se actualizaba
y se corregía para demostrar que estaba al día.
Por eso, en los años 50 rescató
un texto inédito que había escrito en 1939 (posiblemente para la revista News
of the World, aunque nunca se publicó) y que guardó en un cajón durante
décadas. Desde 1980, el texto mecanografiado ha permanecido en el Museo
Nacional Churchill de EEUU.
El título era una declaración de
humildad, pero estaba desfasado: ‘¿Estamos solos en el espacio?’. Churchill
rescató su artículo, sacó el lápiz y se puso al día. Desde entonces, el texto
aún inédito se llamó: ‘¿Estamos solos en el Universo?’. No es una corrección
baladí propia de un perfeccionista sin otra cosa que hacer. Con ello, Churchill
demostró que el debate científico de su tiempo no le era ajeno, porque aquello
de lo que él estaba hablando, en los años 50, ya no era el espacio, sino el
universo. Aquello que a día de hoy no hemos llegado a conocer del todo. Puede
que nunca lo hagamos. El británico tenía muy clara la respuesta a su pregunta:
No.
“No soy tan vanidoso como para
pensar que mi sol es el único con su familia de planetas”.
Churchill no confiaba demasiado
en nuestras posibilidades de llegar a descubrir el universo al completo. En su
artículo ‘¿Estamos solos en el universo?’, al que hasta ahora pocas personas
habían tenido acceso y que cayó en manos del astrofísico Mario Livio, el
político y estadista aseguraba que los viajes interestelares estaban muy
limitados por las inconmensurables distancias interplanetarias. Lo que sí veía
factible, «en un futuro no muy lejano», era la posibilidad de «viajar a la
Luna, o incluso a Venus o a Marte». Sólo tres décadas después, Neil Armstrong
pisó la luna.
A pesar de que no era científico
y el texto no está exento de algún fallo, Livio asegura en Nature que «su
conocimiento del tema es bastante bueno». «Usó un modelo relativamente antiguo
para la formación de planetas y no tenía una buena comprensión de la expansión
cósmica, pero los pasos lógicos que sigue son los que se espera de un
científico», apunta.
Churchill dividió los planetas
como un bar divide su carta de bocadillos: fríos y calientes. De entre todos
ellos, creyó que sólo Marte y Venus eran lo bastante templados para albergar
vida. De esta idea parte el concepto de zona de habitabilidad de una estrella.
Para que un planeta pueda albergar vida, una de las condiciones es que esté
dentro de una estrella y, concretamente, dentro de su zona de habitabilidad.
Distancia y temperatura son la
clave: ni muy lejos ni muy cerca, ni muy caliente ni muy frío. Sólo así habrá
agua. Sólo así habrá vida. Regresando a los símiles alimentarios, esta zona
también se conoce como ‘Ricitos de oro’ por estar templada como las gachas que
se come la protagonista del cuento. La estrella, además de templada y próxima,
ha de tener una edad que garantice una luminosidad óptima.
En los años en los que Churchill
escribió su ensayo sobre la vida más allá de nosotros, esas eran las
condiciones. No obstante, algunas décadas después se demostró que estar en un
punto intermedio no era suficiente; que una mayor distancia era necesaria.
No
somos nada
En el ensayo de Churchill que
ahora rescata Mario Livio y que el astrofísico resume en la revista Nature, el
político da una lección de humildad no carente de cierto humor: «No estoy tan
impresionado por el éxito de nuestra civilización para pensar que seamos el
único punto en el inmenso universo que contiene criaturas vivas y pensantes, o
que seamos el tipo de desarrollo mental y físico más elevado que haya aparecido
jamás en la vasta extensión del espacio y el tiempo», escribió.
“Con cientos de miles de
nebulosas, cada una de las cuales contiene miles de millones de soles, hay
enormes probabilidades de que muchas contengan planetas en los que la vida no
sea imposible”
Alejandro Magno tuvo una visión.
Según la leyenda, había visto dos objetos voladores del color de la plata que disparaban
fuego y paralizaron a su ejército cuando se disponía a invadir Persia. No
podemos saber si Alejandro Magno tenía un concepto arraigado sobre la vida
extraterrestre ni qué pensó ni si ocurrió de verdad.
Otros políticos como Reagan,Carter y Hillary Clinton expresaron públicamente su creencia en la vidaextraterrestre. La última se ha convertido en algo así como una abanderada de
la ufología al prometer durante su campaña que difundiría los documentos
secretos que prueban la vida extraterrestre y que albergaría el Área 51,
ubicada en el desierto de Nuevo México. Por su parte, Reagan aseguró haber
visto un objeto extraño y no dudó en advertir que los extraterrestes podrían
estar en cualquier lugar, a nuestro lado.
Visión
de futuro
A Churchill le apasionaba todo lo
que estaba lejos de su alcance. Todo aquello que sólo podía imaginar. Con el
futuro le ocurría lo mismo. En otros ensayos que publicó en revistas alrededor
de los años 30, hizo algunas apreciaciones relacionadas con la vida algunos
años después que hoy son realidades. Uno de sus textos más conocidos al
respecto, ‘De aquí a cincuenta años’, apareció publicado en Strand Magazine, en
1931.
«La gran mayoría de seres
humanos, absorbidos por duros trabajos, cuidados y actividades de la vida, sólo
son vagamente conscientes del ritmo al que la humanidad ha empezado a viajar.
Si miramos cien años atrás, veremos los grandes cambios que han tenido lugar.
Miramos cincuenta años atrás y vemos que la velocidad nos acelera
constantemente. Este siglo ha sido testigo de una enorme revolución en cuanto a
las cosas materiales, las aplicaciones científicas, las instituciones
políticas, las actitudes y los hábitos», dice al principio.
Churchill creía que la humanidad
había ido «demasiado lejos como para retrocecer» y que además se movía
«demasiado rápido como para pararse».
En su ensayo, el político habló
tanto del futuro del agua, del transporte por tierra, mar y aire, de la energía
nuclear, de los teléfonos inalámbricos, de la «creación» y «alteración» de
seres humanos y hasta las relaciones humanas venideras en el entorno urbano,
que tachó de «superfluas».
La vida en la ciudad sería tan
insoportable como en el campo. Por eso, para encontrar el término medio, pensó
que las casas del futuro tendrían «tanto su jardín como su calvero». Y además
vaticinó una soledad que iría cada vez a más: «Si hoy no existe motivo alguno
para vivir en la misma casa con nuestros vecinos, mañana no habría razón alguna
para vivir con ellos en la misma ciudad».
De nuevo con humildad, el
británico aseguró en su artículo que sus apreciaciones sobre el futuro son
ligeras. Las estrellas tampoco faltaron en este texto: «Hay pesadillas del
futuro de las que una colisión afortunada con alguna estrella errante, que
reduce la Tierra a un gas incandescente y podría ser una salvación compasiva».
Las predicciones de Churchill no
siempre fueron grandilocuentes. Los últimos años de su vida los afrontó con la
seguridad de que moriría el mismo día que su padre, un 24 de enero. Así lo
hizo.
Fuente: Este artículo fue
publicado originalmente en www.yorokobu.es
Puedes leer el artículo original
AQUÍ.
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